miércoles, 21 de abril de 2010

pintura cusqueña



Diego Quispe Tito.- Nació por 1611 en el pueblo cusqueño de San Sebastián y murió después de 1681. Descendía de los Incas y por eso firmaba: “Diego Quispi Titu Inga”. Fue el pintor indio más notable que produjo la Escuela Cusqueña. Para la parroquia de su pueblo natal pintó cinco series: Los Doctores de la Iglesia (1634-1649), La Pasión (1635-1663), San Juan Bautista (1663), San Sebastián (1679), y San Isidro Labrador (1680). Asimismo, pintó La Piedad, hoy en la capilla sebastianina de San Lázaro (1643), El Juicio Final para los franciscanos cusqueños (1675), La Sagrada Familia retornando de Egipto (1680) y la famosa serie Los Meses del Año o Los Signos del Zodíaco (1681), hoy en la capilla catedralicia del Triunfo. De sus obras tempranas las más meritorias son La Inmaculada (1627) y La Visión de la Cruz (1631).Fue Quispe Tito el maestro cobrizo que introdujo en la pintura cusqueña los elementos flamencos de paisajes y ciudades, fuentes y jardines, aves y flores, las telas finas y los brocados en los ropajes femeninos y angélicos. Sus lienzos salieron del Cusco y llegaron a La Paz y Potosí. Dejó una larga lista de discípulos, la impronta de su taller y una obra no superada. Está considerado, repetimos, el mejor pintor indio de la Escuela Cusqueña.




La célebre escuela de pintura cuzqueña o pintura colonial cusqueña, se caracteriza por su originalidad y su gran valor artístico, los que pueden ser vistos como resultado de la confluencia de dos corrientes poderosas: la tradición artística occidental, por un lado, y el afán de los pintores indios y mestizos de expresar su realidad y su visión del mundo, por el otro.
El aporte
español y, en general europeo, a la Escuela cuzqueña de pintura, se da desde época muy temprana, cuando se inicia la construcción de la gran catedral de Cusco. Es la llegada del pintor italiano Bernardo Bitti en 1583, sin embargo, la que marca un primer momento del desarrollo del arte cusqueño. Este jesuita introduce en el Cusco una de las corrientes en boga en Europa de entonces, el manierismo, cuyas principales características eran el tratamiento de las figuras de manera un tanto alargada, con la luz focalizada en ellas y un acento en los primeros planos en desmedro del paisaje y, en general, los detalles.

Nuestra Señora de Belén, pintura anónima del siglo XVII perteneciente a la Escuela Cuzqueña. La forma triangular en forma de montaña de la imagen evocaría a la Pachamama o Madre Tierra de los antiguos peruanos.
Durante sus dos estancias en el Cusco, Bitti recibió el encargo de hacer el retablo mayor de la
iglesia de su orden, reemplazado por otro después del terremoto, y pintó algunas obras maestras, como La coronación de la Virgen, actualmente en el museo de la iglesia de La Merced, y la Virgen del pajarito, en la catedral.
Otro de los grandes exponentes del manierismo cuzqueño es el pintor
Luis de Riaño, nacido en Lima y discípulo del italiano Angelino Medoro. A decir de los historiadores bolivianos José de Mesa y Teresa Gisbert, autores de la más completa historia del arte cuzqueño, Riaño se enseñorea en el ambiente artístico local entre 1618 y 1640, dejando, entre otras obras, los murales del templo de Andahuaylillas. También destaca en estas primeras décadas del siglo XVII, el muralista Diego Cusihuamán, con trabajos en las iglesias de Chinchero y Urcos.
El
barroco en la pintura cuzqueña es sobre todo el resultado de la influencia de la corriente tenebrista a través de la obra de Francisco de Zurbarán y del uso como fuente de inspiración de los grabados con arte flamenco provenientes de Amberes. Marcos Ribera, nacido en el Cusco en los años 1830, es el máximo exponente de esta tendencia. Cinco apóstoles suyos se aprecian en la iglesia de San Pedro, dos en el retablo mayor y otro en un retablo lateral. El convento de Santa Catalina guarda La Piedad, y el de San Francisco, algunos de los lienzos que ilustran la vida del fundador de la orden, que pertenecen a varios autores.
La creciente actividad de pintores indios y mestizos hacia fines del
siglo XVII, hace que el término de Escuela Cuzqueña se ajuste más estrictamente a esta producción artística. esta pintura es "cuzqueña", por lo demás, no solo porque sale de manos de artistas locales, sino sobre todo porque se aleja de la influencia de las corrientes predominantes en el arte europeo y sigue su propio camino.
Este nuevo arte cuzqueño se caracteriza, en lo temático, por el interés por asuntos costumbristas como, por ejemplo, la procesión del Corpus Christi, y por la presencia, por vez primera, de la
flora y la fauna andinas. Aparecen, asimismo, una serie de retratos de caciques indios y de cuadros genealógicos y heráldicos. En cuanto al tratamiento técnico, ocurre un desentendimiento de la pespectiva sumado a una fragmentación del espacio en varios espacios concurrentes o en escenas compartimentadas. Nuevas soluciones cromáticas, con la predilección por los colores intensos, son otro rasgo típico del naciente estilo pictórico.

La anunciación de la Virgen, pintura de Luis Riaño de 1632. Discípulo en Lima del italiano Angelino Medoro, Riaño se instaló en el Cusco hacia 1630, donde sus técnicas y temáticas fueron muy influyentes.
Un hecho ocurrido a fines del siglo XVII, resultó decisivo para el rumbo que tomó la pintura cuzqueña. En
1688, luego de permanentes conflictos, se produce una ruptura en el gremio de pintores que termina con el apartamiento de los pintores indios y mestizos debido, según ellos, a la explotación de que eran objeto por parte de sus colegas españoles, que por lo demás constituían una pequeña minoría. A partir de este momento, libres de las imposiciones del gremio, los artistas indios y mestizos se guían por su propia sensibilidad y trasladan al lienzo su mentalidad y su manera de concebir el mundo.
La serie más famosa de la Escuela cuzqueña es, sin duda, la de los dieciséis cuadros del
Corpus Christi, que originalmente estuvieron en la iglesia de Santa Ana y ahora se encuentran en el Museo de Arte Religioso del arzobispado, salvo tres que están en Chile. De pintor anónimo de fines del siglo XVII, estos lienzos son considerados verdaderas obras maestras por la riqueza de su colorido, la calidad del dibujo y lo bien logrados que están los retratos de los personajes principales de cada escena. Por si fuera poco, la serie tiene un enorme valor histórico y etnográfico, pues muestra en detalle los diversos estratos sociales del Cusco colonial, así como gran cantidad de otros elementos de una fiesta que ya entonces era central en la vida de la ciudad.
El pintor indio más original e importante es
Diego Quispe Tito, nacido en la parroquia de San Sebastián, aledaña al Cusco, en 1611 y activo casi hasta finalizar el siglo. Es en la obra de Quispe Tito que se prefiguran algunas de las características que tendrá la pintura cusqueña en adelante, como cierta libertad en el manejo de la perspectiva, un protagonismo antes desconocido del paisaje y la abundancia de aves en los frondosos árboles que forman parte del mismo. El motivo de las aves, sobre todo del papagayo selvático, es interpretado por algunos investigadores como un signo secreto que representa la resistencia andina o, en todo caso, alude a la nobleza incaica.
La parte más valiosa de la obra de Quispe Tito se encuentra en la iglesia de su pueblo natal, San Sebastián. Destaca la serie de doce composiciones sobre la vida de San Juan Bautista, en la nave principal del templo. De gran maestría son, asimismo, los dos enormes lienzos dedicados a
San Sebastián, el del asaetamiento y el de la muerte del santo. Famosa es, por último, la serie del Zodiaco que el artista pinta para la catedral del Cusco hacia 1680.

La adoración de los Reyes Magos, pintura anónima realizada entre 1740 y 1760, perteneciente a la escuela Cuzqueña de Pintura. Es una representación mestiza de una célebre pintura de Rubens.
Otro de los gigantes del arte cuzqueño es
Basilio Santa Cruz Puma Callao, de ascendencia indígena como Quispe Tito, pero a diferencia de éste, mucho más apegado a los cánones de la pintura occidental dentro de la corriente barroca. Activo en la segunda mitad del siglo XVII, Santa Cruz deja lo mejor de su obra en la catedral, pues recibe el encargo de decorar los muros del costado del coro y de los brazos del transepto. En el cuadro de la Virgen de Belén, ubicado en el coro, sobresale un retrato del obispo y mecenas Manuel de Mollinedo que es considerado por los especialistas obra capital de la Escuela cuzqueña de pintura.
Tal es la fama que alcanza la pintura cuzqueña del siglo XVII, que durante la
centuria siguiente se produce un singular fenómeno que, curiosamente, dejó huella no sólo en el arte sino en la economía local. Nos referimos a los talleres industriales que elaboran lienzos en grandes cantidadespor encargo de comerciantes que venden estas obras en ciudades como Trujillo, Ayacucho, Arequipa y Lima, o incluso en lugares mucho más alejados, en los actuales Argentina, Chile y Bolivia. El pintor Mauricio García, activo hacia la mitad del siglo XVIII, firma, por ejemplo, un contrato para entregar cerca de quinientos lienzos en siete meses. Por supuesto que se trataba de lo que se conocía como pintura "ordinaria" para diferenciarla de la pintura "de brocateado fino", de diseño mucho más elaborado y colorido más rico.
El artista más importante del siglo XVIII es
Marcos Zapata. Su producción pictórica, que abarca más de 200 cuadros, se extiende entre 1748 y 1764. Lo mejor son los cincuenta lienzos de gran tamaño que cubren los arcos altos de la catedral del Cusco y que se caracterizan por la abundancia de flora y fauna como elemento decorativo.
El singular desarrollo artístico esbozado hasta aquí ha llevado a los ya mencionados José de Mesa y Teresa Gisbert a afirmar que
"el fenómeno cuzqueño es único y señala en lo pictórico y cultural el punto en que el americano enfrenta con éxito el desafío que supone la constante presión de la cultura occidental"

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